El Córdoba CF sigue siendo la sombra de la impotencia y el desconcierto fuera de casa. Los números son demoledores: nueve salidas esta temporada, cero victorias, un mísero empate, y solo tres goles a favor. Y más preocupante aún: 460 minutos sin celebrar un tanto como visitante. Es un patrón que va más allá de la mala suerte; es un síntoma de un equipo sin rumbo cuando cruza la frontera del Arcángel.
La defensa, constantemente superada; el medio campo, incapaz de sostener el ritmo; y el ataque, inexistente. Parece que la camiseta blanquiverde se vuelve invisible fuera de casa. y la afición, fiel como siempre, empieza a perder la paciencia.
Esto no es solo una crisis pasajera; es el reflejo de un equipo que no encuentra soluciones y de un entrenador que parece haber tocado techo en lo táctico. Si el mismo sistema que se intenta en casa no da resultados como visitante, ¿por qué insistir? Mantener la posesión no garantiza la permanencia. Aquí se necesita pragmatismo, saber leer los partidos, adaptarse a los contextos y, sobre todo, generar peligro real.
Iván Ania está en el foco, y con razón. Su planteamiento sigue sin dar frutos lejos de El Arcángel, y el margen de error se reduce con cada jornada. El problema ya no es solo de los jugadores, sino de un modelo de juego que no funciona. Si no hay cambios, el Córdoba no solo seguirá siendo el peor visitante de la categoría; se condenará a una lucha agónica por no descender.
La solución pasa por enfrentarse a la realidad. El Córdoba necesita reinventarse. Y tiene que hacerlo ya.