Hay partidos que duelen más que otros. No por el resultado, sino por la sensación de haber hecho todo bien… menos marcar. Y el Córdoba CF vivió uno de esos encuentros ante el Racing de Santander. Es cierto que esta derrota entraba dentro de lo previsible, al igual que sucedió ante el Almería. Pero más allá de la lógica de la tabla, queda la sensación de que el Córdoba plantó cara, jugó su mejor partido de la temporada y, sin embargo, se quedó con las manos vacías. Porque en el fútbol, el esfuerzo y la entrega a veces no son suficientes; lo que cuenta es el acierto, y ahí estuvo la gran diferencia.
Porque si miramos las estadísticas, todo parece decantarse hacia el lado blanquiverde. Pero el Córdoba necesita fabricar demasiadas jugadas para transformar una, mientras que el rival, con menos, hace más. Una lección dura, pero innegable.
Y es que el Racing, con oficio y pegada, supo aprovechar sus dos únicos acercamientos claros, para llevarse tres puntos que pesan como una losa. El 1-2 llegó en un momento clave, cuando más apretaba el conjunto de Iván Ania. Fue un golpe directo al ánimo del equipo, que no supo reaccionar. Y aquí surge otra preocupación: los cambios no funcionaron. Lo que en otras jornadas ha servido para revitalizar al equipo, en esta ocasión, no tuvo efecto. El Córdoba se fue apagando, sin encontrar respuestas desde el banquillo.
El mercado de invierno se agota y el Córdoba necesita refuerzos. No es cuestión de dramatizar, pero sí de ser realistas. Hay una buena base, pero faltan piezas que marquen la diferencia en los metros finales. Y este partido ha sido la prueba más clara de ello.
A pesar de la derrota, El Arcángel volvió a responder con más de 15.000 almas empujando. Y es que esa es la gran fortaleza del Córdoba: su gente, su inquebrantable fe. Queda mucha liga, y aunque esta derrota duela, el equipo ha dejado señales de que el camino es el correcto. Ahora solo falta ajustar la brújula en el área rival.