El partido de ayer contra el Huesca, fue (a mi parecer), una derrota de más de tres puntos.
Aunque el marcador no siempre cuenta toda la historia, el 4-1 encajado por el Córdoba CF duele, y mucho. Tras el optimismo generado por las recientes actuaciones en casa, empatar contra el Málaga y vencer con autoridad al Deportivo, todos esperábamos que tras una eterna semana, el equipo blanquiverde plantara cara lejos de El Arcángel. Y lo hizo. Pero los 90 minutos en El Alcoraz nos dejaron una amarga contradicción.
A los 30 minutos, el Córdoba ya caía 3-0, y a todos nos sobrevino el recuerdo de Elche. Sin embargo, las estadísticas cuentan una historia diferente. Más posesión, más remates y mayor control del partido, pero solo un gol. Mientras tanto, el Huesca, con apenas un tercio de la posesión, supo aprovechar sus oportunidades con una efectividad que debería preocupar a la zaga cordobesista. Una vez más, Calderón vuelve a aparecer en jugadas claves para los goles en contra. Si no se corrige esa tendencia, la diferencia de goles podría ser el verdadero lastre del equipo al final de la temporada.
Es cierto que este resultado nos deja mal parados, pero el Córdoba no mereció un castigo tan severo. Lo futbolístico estuvo ahí, pero falta pulir detalles. Genaro, por ejemplo, creo que tuvo su mejor partido hasta ahora, y Carracedo sigue siendo ese jugador que me ilusiona y frustra a partes iguales. Con partidos así, las sensaciones trascienden los puntos en la tabla. Ayer perdimos algo más que un encuentro: y una vez más, nos dimos cuenta de lo cruel que puede ser el fútbol cuando se perdona demasiado.