Fallece el Papa Francisco a los 88 años de edad. Y aunque no soy creyente ni comparto la visión que representa la figura papal, esta noticia me deja un regusto amargo y muchas preguntas en la cabeza. No por lo espiritual, sino por lo simbólico y lo político. Porque la muerte de Francisco no es solo el final de un pontificado: es un nuevo ingrediente en un cóctel global que ya hierve demasiado.
Un adiós que llega en un momento delicado para el mundo.
Vivimos tiempos donde la tensión internacional se puede cortar con un cuchillo. La guerra de Ucrania, la presión militar de Putin, el regreso de Donald Trump a la primera línea con discursos impredecibles, la escalada del conflicto en Oriente Medio con un Israel cada vez más cuestionado… y ahora, en medio de este tablero mundial que parece un polvorín, se marcha una figura que supo ofrecer —aunque fuera con gestos— cierta paz, cierto consuelo, cierta humanidad.
Un líder incómodo para muchos dentro de su propia Iglesia
Francisco no fue un papa cualquiera. Fue un papa incómodo. Habló donde otros callaron. Señaló pecados propios antes que ajenos. Tuvo el valor de mirar a la pederastia de frente y de pedir perdón en nombre de una institución que durante años prefirió barrer bajo la alfombra. Promovió una Iglesia más abierta, más comprometida con los pobres, con el medio ambiente, con los migrantes, con la vida real.
Y sí, se quedó corto en muchas cosas. Y sí, quizás fue más símbolo que acción concreta en ciertos terrenos. Pero al menos supo poner el foco donde más falta hacía.
¿Y ahora qué? El riesgo de dar un paso atrás
El cónclave para elegir al nuevo papa se celebrará dentro de unas tres semanas. Y más allá del ritual, lo que se está decidiendo no es solo quién liderará la Iglesia Católica, sino qué papel jugará esta institución en el nuevo tablero global. Porque guste o no, el Vaticano sigue siendo un actor político, diplomático y simbólico de primer orden.
Sería preocupante —y peligroso— que el sucesor de Francisco fuese un papa conservador, cerrado, de espaldas al mundo. Alguien que ignore las heridas sociales, que se enroque en dogmas, que prefiera blindar la cúpula antes que abrazar a los que sufren. El mundo no necesita ahora más muros ni más trincheras, sino liderazgos éticos, valientes y capaces de tender puentes.
Una Iglesia en la encrucijada
Como persona laica, no espero milagros ni revelaciones. Pero como observador del mundo y de sus tensiones crecientes, reconozco que echo en falta referentes que hablen desde la compasión, la justicia y la humildad. Francisco, con todas sus limitaciones, lo intentó. Y eso, incluso desde la distancia crítica, se agradece.
Hoy el mundo despide a un líder espiritual. Yo despido a alguien que supo mirar donde otros no quisieron. Y me quedo a la espera, con una mezcla de escepticismo y esperanza, de lo que vendrá.